Homenaje belga a Ferrer i Guardia


Como cada año, el 13 de octubre, al cumplirse el aniversario del fusilamiento en  1909 en Montjuich del pedagogo catalán Francisco Ferrer Guardia, se depositan ramos y coronas de flores ante la estatua erigida en Bruselas en homenaje al mártir de la libertad de pensamiento por parte de la escuela universitaria que lleva su nombre, de los alumnos de la vecina Universidad Libre de Bruselas (ULB) y de los círculos de libre pensamiento de la capital belga.

Monumento a Francisco Ferrer i Guardia
Ferrer Guardia también recibe otro homenaje anual por parte de los alumnos de la ULB, coincidiendo con la celebración del aniversario de la fundación de la universidad laica de Bruselas, el 20 de noviembre. Un homenaje que ya se producía cuando la estatua se encontraba en el centro de la ciudad y no, como ahora, junto a los edificios universitarios.

La veneración y el respeto belga por la figura del insigne pedagogo racionalista, víctima de la represión y de un juicio sumarísimo del Gobierno autoritario de Antonio Maura, contrasta con el olvido general entre la población que padece en España y con la viva hostilidad contra él que aún muestran hoy en día las fuerzas conservadoras españolas y catalanas.

El simbolismo de la figura del fundador de la Escuela Moderna y su laicismo es tan relevante e incómodo para las fuerzas políticas conservadoras que un siglo después de su fusilamiento todavía intentan denigran su labor y su persona en España, como ocurrió con la serie de artículos y libros publicados coincidiendo con la celebración del centenario de la sublevación popular de Barcelona que se produjo en julio de 1909 contra las levas forzosas del ejército entre la clase trabajadora para obtener carne de cañón en la guerra colonial de Marruecos y que ha pasado a la historia como la Semana Trágica.

Su detención, juicio y fusilamiento por las autoridades, acusándolo falsamente de ser el instigador de la revuelta, despertó una ola general de indignación por toda Europa, con innumerables denuncias de intelectuales, protestas, manifestaciones, huelgas e incluso ataques a alguna sede diplomática.

A pesar de la activa oposición de las autoridades españolas, la capital belga erigió de inmediato por suscripción popular un monumento en su memoria, mientras que las fuerzas políticas conservadoras catalanas lograron retrasar hasta 1990 que Barcelona recordara al pedagogo con un monumento escondido en Montjuich, que es una réplica del erigido en Bruselas en 1911.
         
La estatua de Ferrer Guardia se encuentra desde 1984 en la avenida Franklin Roosevelt, mirando al edificio histórico de la Universidad Libre de Bruselas (ULB), a donde se trasladó coincidiendo con el 75 aniversario de su fusilamiento. El monumento es una figura humana levantando una antorcha hacia el cielo, que simboliza la llama de la libertad de pensamiento y la luz que aporta el conocimiento racional.

Detalle del alegato del capitán defensor en el juicio de 1909

En el pedestal, una inscripción recuerda su fusilamiento como "mártir de la libertad de conciencia". Más abajo se reproduce un párrafo de una de sus cartas: "La enseñanza racionalista puede y debe todo discutir, colocando a los niños en la vía simple y directa de la investigación personal".

En la parte posterior se reproducen unas frases del abogado militar defensor de Ferrer Guardia, el capitán Galcerán, en las que denunció el 9 de octubre de 1909 durante su alegato que el juicio “en ningún momento había buscado la verdad”.
         
Hasta principios de los años 60, los estudiantes de la ULB desfilaban el día del aniversario de la fundación de la universidad, ante la estatua de Ferrer Guardia en sus anteriores emplazamientos en la ciudad, como homenaje a quien simboliza "la defensa de la libertad intelectual". Las ceremonias han cambiado desde entonces, pero siempre finalizan con la colocación de flores al pie del monumento.
         
La estatua fue retirada de su emplazamiento original detrás de la plaza Sainte Catherine en 1915 por el ejército ocupante alemán, en un gesto hacia el Gobierno español y al rey Alfonso XIII, quien en 1912 rechazó visitar Bélgica debido a los homenajes al pedagogo.

Tras la Primera Guerra Mundial y pese a las nuevas maniobras de España contra el monumento, la estatua fue recolocada en 1919. No obstante, como concesión a las autoridades españolas, se suprimió el nombre Francisco Ferrer Guardia y la placa denunciando el falso juicio que lo condenó, transformándose en un homenaje a la libertad de conciencia.

La estatua no recuperó el nombre del pedagogo hasta después de la caída de la monarquía española en 1931. En la impresionante ceremonia de traslado de la estatua frente a la ULB en 1984, el rector lamentó que no asistiera a la misma ningún representante de la España democrática, a pesar de que en esa época el PSOE gobernaba con mayoría absoluta. La tragedia de Ferrer Guardia es que la derecha y el oscurantismo lo mantienen como un personaje maldito en su propio país, mientras es venerado en Europa, con calles a su nombre, por ejemplo, en unas 60 ciudades francesas.



Jazz por todas partes

Jazz en las plazas, jazz en los cafés, en los clubes, en los restaurantes, en los hoteles, jazz por todas partes. Como cada año, durante tres días del último fin de semana de mayo, los habitantes de Bruselas se entregaron con entusiasmo al tradicional Maratón de Jazz de la ciudad, quizá para olvidar la parálisis política que arrastra el país y de la que no se ve ninguna salida.

Solo del trompeta de la Beat 'n Blow Brass Band
Este año, la nueva meteorología del cambio climático, se apiadó de los ciudadanos y dejó de llover justo cuando iban a comenzar las primeras grandes actuaciones en la calle al final de la tarde del viernes. Otros años, la lluvia fue menos clemente, desluciendo el desarrollo del macrofestival musical y obligando a la gente a protegerse bajo un paraguas.

Más de 700 músicos participaron en los más de cien conciertos gratuitos celebrados en lugares emblemáticos de la ciudad, como la Grand-Place, la plaza Sainte-Catherine, la plaza del Sablon y la plaza Fernand Coq i en la miríada de locales que participan en el maratón jazzístico.

Desde el viernes 27 de mayo por la tarde hasta el domingo 29 de mayo por la noche, todos los que viven en Bruselas i los numerosos visitantes recorrieron el centro de la ciudad a la búsqueda de los sucesivos conciertos al aire libre o en los abarrotados locales, según sus preferencias: jazz tradicional, jazz moderno, latino, funk, blues o world. Hubo para todos los gustos.

Saxo de la Beat'n Blow Brass Band
Por segundo año consecutivo, el viernes por la noche se celebró con un nuevo inmenso éxito un gran baile al ritmo del swing y del rockabilly en el local La Tentación, un popular centro dedicado a promover la cultura gallega en la capital belga.

Los más pequeños, como ya se ha convertido en tradicional desde hace cinco años, tienen una programación específica la mañana del sábado en la plaza del Sablon, con conciertos, talleres de iniciación musical, maquillajes i juegos.

Bélgica está directamente asociada al jazz desde sus mismos orígenes, ya que fue precisamente un belga, Adolphe Sax, nacido en Dinant, en el corazón de Valonia, el que inventó el saxofón alrededor de 1840. Este instrumento se convirtió en la pieza central de los nuevos ritmos que surgieron al otro lado del Atlántico, aunque inicialmente su creador lo había diseñando para que se integrara en las orquestas sinfónicas.

Joven promesa en el Maratón de Jazz
La afición belga al jazz arrancó con fuerza después de la Primera Guerra Mundial, cuando la nueva música llegó en 1918 gracias a las fuerzas expedicionarias liberadoras norteamericanas. A pesar de que en los años 30 aparecieron las primeras “Big Bands” belgas, fue paradójicamente durante la ocupación nazi que el jazz recibió un nuevo impulso. A pesar de que estaba oficialmente prohibido por el régimen hitleriano o quizás por esa misma razón, se tocaba y se bailaba por todas partes en Bruselas y Lieja, e incluso llegaron a realizarse grabaciones durante esos aciagos años.

La liberación de la ocupación nazi generó un nuevo entusiasmo popular por el jazz. No obstante, a partir de los años 50 el jazz quedó arrinconado por el rock and roll, la música suramericana i la canción francesa. No fue hasta finales de los 80 cuando el jazz comenzó a recuperar el espacio perdido en Bélgica.

El Maratón de Jazz de Bruselas (que esté año ha celebrado su 16 edición), la apertura en los últimos años de nuevos locales (Sounds Jazz Club, Jazz Station, The Music Village, Espace Flagey) y la proliferación de grupos e interpretes muestran el renovado vigor del jazz en la capital belga.       

Los Alyscamps de Arles


Citados por Dante en la Divina Comedia y convertidos en pictóricamente célebres por Vincent Van Gogh y Paul Gauguin, los Alyscamps de Arles constituyen una inmersión fuera del tiempo, supone adentrarse en un paseo que parece extraído directamente del periodo romántico decimonónico, que nos acerca al mundo del Averno y a las dudosas esperanzas humanas de sobrevivir a la propia muerte, sabiamente alimentadas por la religión cristiana para afianzar el control político y social sobre la población europea, o a las algo más realistas expectativas de intentar dejar una huella perdurable del paso por esta vida, aunque sólo sea bajo la modesta forma de una tumba.

Ruinas de la antigua iglesia de Saint-Césaire-le-Vieux
Los ‘Elisii Campi’, los Campos Elíseos romanos, que en su versión provenzal se transformaron en Alyscamps, se encuentran situados fuera de las murallas de la antigua ciudad romana y de la posterior muralla medieval. Los primeras tumbas, sarcófagos y mausoleos se instalaron en el primer siglo de nuestra era en los aledaños del tramo final de la Vía Aureliana, que conectaba la ciudad con Roma y con la Vía Domitia.

Con el paso de los siglos se convirtió en una vasta necrópolis, en concordancia con la importancia de la Arles romana, pero fue durante el periodo paleocristiano que adquirió su gran renombre y se transformó en un lugar de culto tras la inhumación del mártir San Ginés y posteriormente de San Trófino y de los siguientes obispos de la ciudad.

La pequeña capilla que albergaba las tumbas de los santos y los obispos pronto se vio rodeada de más de un millar de sepulturas apretadas en diferentes niveles. En la etapa final del Imperio Romano ya cristianizado y posteriormente, todo el que podía permitírselo en la región e incluso más lejos intentaba ser enterrado en los Alyscamps y los ataúdes afluían a la necrópolis a través del Ródano.

Vista de un tramo de la avenida de las tumbas en los Alyscamps de Arles
La capilla se transformó hacia 1040 en el Priorato de Saint-Honorat y más adelante la iglesia fue reconstruida con el campanario octogonal que aún hoy domina la necrópolis. Convertidos en una etapa destacada del peregrinaje medieval a Santiago de Compostela, los Alycamps mantuvieron su prestigio durante toda la Edad Media, a pesar de la pérdida de las reliquias de San Trófino (Saint-Trophime, en francés), que se trasladaron a la nueva catedral de Arles en 1152.

Penetré en este reino de los muertos temprano por la mañana, antes de que los ruidosos grupos de turistas estropearan con su bullicio la quietud y el encanto del lugar. Ante mi se abrió una larga avenida arbolada, flanqueada por sarcófagos pétreos, alineados a ambos lados, tal como los dejaron los Hermanos Mínimos en el siglo XVII.

El aspecto de los Alyscamps actual es muy distinto del que ofrecía en la Edad Media, ya que durante el Renacimiento la necrópolis fue sistemáticamente saqueada por los autoridades políticas y religiosas de la ciudad. Incluso los Hermanos Mínimos, que se habían comprometido a preservar las antigüedades del lugar cuando adquirieron el priorato de Saint-Honorat en 1615, no tuvieron ningún escrúpulo en utilizar sarcófagos y las piedras de las tumbas para la construcción de los fundamentos de sus edificios.

Otro tramo de los Alyscamps con el monumento a los Cónsules a la izquierda
Tres sarcófagos paleocristianos bellamente esculpidos de la antigua necrópolis se utilizan como altares en la Catedral de Saint-Trophime y las demás piezas importantes rescatadas se encuentran preservadas en el museo arqueológico de Arles, que posee la segunda colección de sarcófagos paleocristianos más importante después de la del Vaticano.

Un poco más adelante, a la izquierda, se levantan las ruinas de la antigua iglesia de Saint-Césaire-le-Vieux, de la que sólo queda un bello arco de medio punto con ornamentaciones florales y geométricas que terminan en unos rostros esquemáticos de imaginería medieval, una tumba en un panteón encastrado en uno de los pilares del arco y una capilla expiatoria.

El tiempo ha borrado las inscripciones y los textos en la mayoría de los sarcófagos, destruyendo los sueños de sus propietarios de ser recordados por la posteridad. Pero aún pueden percibirse aquí y allá algún fragmento de inscripción y detalle escultórico, probablemente en los sarcófagos de las personas con más recursos económicos y en los más antiguos, construidos antes del colapso de la civilización romana y la pérdida de sus conocimientos técnicos.

Iglesia de Saint-Honorat con el campanario octogonal
En el suelo, a la derecha, la tapa rota de un sarcófago conserva aún un rostro esculpido en uno de sus ángulos. Quizá por el efecto de la erosión del tiempo o como consecuencia de la limitada habilidad del escultor, la expresión del rostro parece reflejar todo el temor y el pánico del difunto a abandonar este mundo, en las antípodas de la serenidad que se esforzaron en enseñar Epicuro y sus discípulos, tan denostados por el cristianismo que se impuso sepultando bajo sus dogmas e intransigencias la cultura grecorromana.

En medio de la avenida sepulcral, también a la derecha, se levanta el monumento de los Cónsules, erigido en el siglo XVIII en honor a los ediles municipales fallecidos durante la epidemia de peste de 1721 y cuya clara piedra labrada desentona con el gris erosionado de los viejos sarcófagos.

La pequeña capilla sepulcral medieval de la familia Porcelet-Vieux, más adelante la izquierda, con su puerta de arco ojival y los escudos de armas labrados a ambos lados, también rompe el alineamiento sepulcral. De forma cuadrangular, la blancura impoluta de sus muros revela una reciente restauración y una sólida reja de hierro impide que los curiosos perturben el descanso eterno de los miembros de una de las más antiguas familias de Arles. Ésta es la última superviviente de las antiguas capillas que las grandes familias nobles habían levantado en la necrópolis.  

La avenida desemboca en la iglesia de Saint-Honorat, reconstruida en el siglo XII y coronada por el campanario octogonal de dos pisos, cuyos arcos me recuerdan los de cercano circo romano de la ciudad. Dejando a la izquierda un recinto hundido donde se amontonan las sepulturas paleocristianas, se penetra en el patio de la iglesia por un arco románico de múltiples molduras y de estilo provenzal, sostenido por dos columnas a cada lado con capiteles de motivos vegetales que parecen una versión estilizada de los antiguos capiteles romanos de hojas de acanto.

Sarcófago en el interior de la iglesia de Saint-Honorat
En el interior de la iglesia, el continuo revolotear de las palomas, que han convertido el antiguo recinto sacro en un refugio permanente, quiebra el silencio y deshace el encanto del lugar. La penumbra y los charcos en el suelo provocados por la lluvia confieren al recinto un aire de abandono, aunque es evidente que el interior de la iglesia ha sido restaurado recientemente y que incluso se ha recreado el antiguo pasillo de circulación de los peregrinos en la cripta de las reliquias.

En una capilla lateral a la derecha, se esconde un inmenso sarcófago bien conservado. La cobertura en forma de tejado inclinado de dos vertientes tiene unas magnificas cabezas esculpidas en los ángulos y el retrato de una varón en su tímpano. El sarcófago, de apariencia romana, da la impresión de que fue reutilizado posteriormente en el periodo cristiano, como muchos otros. El sarcófago de San Ginés, por ejemplo, había sido construido y utilizado por Tarentius Museus para enterrar a su esposa Hydria Tertulla y a su hija Ascia Emiliana, antes de ser utilizado por el patriarca eclesial, según explica en una antigua guía de 1925 Danis Poullinet.

Las narraciones medievales, como la Crónica de Turpin, convierten la necrópolis en el último reposo mítico de numerosos caballeros franceses caídos en Roncesvalles, quizá en memoria de los combates contra los sarracenos que se desarrollaron en sus inmediaciones tras la conquista del territorio por los fuerzas musulmanas en 730.

Sarcófago con una cabeza esculpida en los Alyscamps de Arles
Antes que Ludovico Ariosto, en Orlando Furioso, mencionara la necrópolis de Arles, ya las canciones de los trovadores habían evocado el lugar en sus poemas heroicos relacionados con los combates contra los tropas árabes, como el que narra la valerosa muerte de Vivien, sobrino del conde Guillermo de Provenza.

Recinto de muerte, las tradiciones cristianas convierten también la necrópolis de Arles en un recinto de vida gracias al milagro de San Virgilio, que el día de su entierro devolvió allí la vida a una joven recién fallecida con solo tocar el ataúd del santo obispo, que ya en vida se había destacado por su habilidad en hacer resucitar a la hija de una pobre viuda.

Al salir de la iglesia, veo a los primeros grupos de turistas que han invadido el lugar. Sus conversaciones a viva voz, sus gritos a unos niños de espíritu independiente e inquieto y sus comentarios sardónicos mientras se fotografían disuelven la atmósfera de ruinas románticas suspendidas fuera del tiempo y me empujan hacia la salida, no sin antes detenerme de nuevo ante el rostro del difunto horrorizado ante la muerte, que también puede considerarse como una exhortación a aprovechar la vida y disfrutar del presente, como otra forma de presentar la poética recomendación de Horacio: “Carpe Diem”, “Aprovecha el día”.           

Escapada turística a Bruselas


Bruselas, capital de la Europa reunificada y de un país fracturado, merece una escapada, corta o larga. Más allá de las instituciones europeas, la antigua capital del imperio donde no se ponía nunca el sol de Carlos I (V para Bélgica) nunca deja de sorprender al visitante ocasional o al incorregible reincidente.



Grand-Place de Bruselas con la alfombra floral del 15 de agosto
Pese a las desoladoras heridas arquitectónicas dejadas por el urbanismo salvaje de la posguerra, Bruselas conserva encantos para seducir a todo tipo de viajero, desde al apasionado del arte y la arquitectura al exigente gourmet, pasando por el amante de la cerveza o el chocolate, el escudriñador de mercadillos, el aficionado al cómic y el noctámbulo impenitente.





La primavera y el verano son el momento ideal para visitar Bruselas, ya que los días son más largos y luminosos y la ciudad alberga multitud de certámenes musicales y culturales.Pero también el invierno tiene sus encantos, con su mercado navideño y la ciudad engalanada, a pesar del frío, la grisaille y la frecuente lluvia.





Atomium en Heysel
La visita de la capital belga debe empezar por la Grand-Place, el majestuoso conjunto de edificios que maravilló a Victor Hugo y que es considerada como una de las plazas más bellas del mundo.


La Grand-Place hay que visitarla por la mañana cuando el sol hace resplandecer los dorados de las majestuosas casas de los gremios que rodean al impresionante ayuntamiento gótico y su vertiginosa torre de 96 metros de altura. Pero también hay que volver por la noche para dejarse subyugar por el aspecto misterioso y mágico que confieren las sombras y las luces a los contornos y relieves de los edificios.




Las terrazas y cafés de la Grand-Place constituyen un lugar ideal para empezar a descubrir y degustar alguno de los más de 250 tipos de cerveza que existen en Bélgica. Quienes deseen profundizar sus conocimientos sobre esta verdadera pasión belga pueden visitar el Museo de la Cerveza en la antigua casa gremial de los cerveceros, situada en un ángulo de la plaza.





Cerca de la Grand-Place se encuentra la estatuilla del célebre Mannequen Pis, que simboliza el espíritu rebelde de la ciudad y que cuenta con un guardarropa de más de 800 trajes distintos, incluido el del equipo del Barça y el traje tradicional catalán.





Parque del Cincuentenario
Para ir hasta la catedral gótica de San Miguel y Santa Gudula desde la Grand-Place es aconsejable usar las señoriales Galerías Reales de Saint-Hubert, que desde su inauguración en 1847 se han convertido en un enclave clásico de la ciudad.


Las galerías, con sus tiendas, librerías, cafés, restaurantes, su teatro y su cine, son un lugar de paso casi obligado para cualquiera que se desplaza por el centro de la ciudad. En su extremo más próximo a la catedral está un popular y antiguo café de nombre llamativo –A la Mort Subite (A la Muerte Súbita)– en honor a la marca de cerveza con la misma denominación.




Puerta de Art Nouveau
Otra zona del centro de visita obligada es el barrio del Sablon, al que se puede llegar andando desde la Grand-Place. El barrio está dominado por la iglesia gótica de Nuestra Señora del Sablon, considerada como uno de los más bellos edificios del gótico flamígero de Bélgica.


Cerca de la iglesia se encuentran el museo de Bellas Artes, el novísimo museo Magritte y el Palacio de Bellas Artes (Bozar) con sus variadas exposiciones temporales, sala de conciertos, teatro y la filmoteca.

El Sablon está repleto de tiendas de antigüedades y galerías de arte y los sábados y domingos se celebra un mercandillo de antigüedades en la plaza. Un poco más allá, a partir de la iglesia gótica de Nuestra Señora de la Capilla, se extiende el popular barrio de Marolles, que cuenta con un muy concurrido mercadillo diario de lance, con objetos y muebles viejos, discos, libros, ropa y todo tipo de cachivaches.





Encima de Marolles se levanta imponente el gigantesco Palacio de Justicia, uno de los edificios más grandes del mundo. De estilo clásico grecorromano, merece una visita (de lunes a viernes) por sus dimensiones colosales.


Mural con personajes del mundo del comic 
El Atomium, el símbolo de la Exposición Universal de 1958, es otro de los referentes de Bruselas, aunque se encuentra en un extremo de la ciudad y hay que utilizar el metro (estación de Heysel) para poder contemplarlo de cerca.




Para los amantes de la arquitectura, existen diferentes rutas a través de la ciudad para admirar los edificios del Art Nouveau. También existe una ruta a partir del Museo del Comic (Centre Belge de la Bande Dessinée) para recorrer los grandes murales pintados con personajes de las historietas gráficas que están desperdigados por la ciudad. El mismo museo es un edificio emblemático del Art Noveau de Victor Horta.





Si el tiempo no acompaña, merecen una visita en el parque del Cincuentenario los museos de Arte e Historia por su colección arqueológica y antropológica, el Autoworld por su colección de automóviles antiguos o el del Ejército por colección de aviones antiguos y modernos.


Bruselas es también una ciudad de contrastes sociales y étnicos. En la zona de la estación de Midi y entre el Parvis de Saint-Gilles y la puerta medieval de Hal, aún quedan bares y tiendas del antiguo barrio español de la posguerra, mientras que otras zonas domina la cultura magrebí (Molenbeek. Anderlecht y Schaerneek) y subsahariana (Matonge).




Actuación en The Music Village
La vida noctura es muy animada en el centro de la ciudad y en determinados puntos de los diferentes barrios. No solo hay bares y locales que no cierran hasta el alba, sino que también se puede escuchar excelente jazz (The Music Village), bailar salsa hasta caer extenuado (Montecristo) y saborear todo tipo de cócteles (L’Archiduc). En el centro, la zona alrededor del antiguo mercado de Saint-Gery está repleta de bares y es muy popular entre los expatriados y autóctonos. ¿Quién ha dicho que Bruselas sea una ciudad aburrida?

Los belgas celebran el carnaval en Binche


Los belgas, en especial los francófonos, acuden masivamente a celebrar el carnaval en Binche, una pequeña ciudad medieval situada en el corazón de la antigua región hullera y metalúrgica de Hainaut, al suroeste de Bruselas. Reconocido como Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO desde el 2003, el carnaval de Binche es el más famoso de todos los que se celebran en Bélgica y constituye el momento culminante de la vida de la ciudad.
"Gilles" de Binche
Durante tres días, decenas de miles de visitantes inundan las calles del centro histórico, encorsetado dentro de los restos de una imponente muralla medieval. Por imperativo climático, los festejos están muy alejados de las desnudas exuberancias tropicales brasileñas. Pero el carnaval de Binche cuenta con una abigarrado colorido y una enorme vitalidad autóctona, dominada por la voluminosa presencia de los “Gilles”.
Más allá del tradicional desfile carnavalesco, las batallas de confeti, los disfraces y los bailes, lo que caracteriza el carnaval de Binche es la infatigable danza callejera de un millar de “Gilles” durante el Mardi Gras (martes de carnaval), desde la madrugada hasta el final de la noche. Estos personajes emblemáticos aparecen por primera vez cuatro semanas antes del domingo de carnaval para anunciar los festejos que se acercan y no vuelven a aparecer hasta el Mardi Gras.
Los “Gilles”, calzados con zuecos de madera, están vestidos con una blusa y un pantalón decorados con decenas de estrellas, leones y coronas. La blusa esta forrada por delante y por detrás de paja, lo que les confiere ese aspecto aparatoso tan característico.
Los “Gilles” siempre se desplazan acompañados de tambores, bailan para celebrar la inminencia de la primavera, lanzan naranjas al público para estimular la fecundidad y llevan en la mano un pequeño haz de madera que simboliza la renovación.
Joven Arlequín en Binche
Durante los bailes de la mañana llevan una máscara de cera, con unas gafas verdes y una pequeña barba y bigote. Por la tarde, durante el lanzamiento de naranjas, lleva sobre la cabeza un aparatoso sombrero de plumas de avestruz, que pesa cerca de 3 kilos.
Estas figuras legendarias, cuyos orígenes se pierden en las tradiciones paganas, se asocian históricamente según los investigadores a una fiesta de disfraces organizada en 1549 por María de Hungría en honor a la visita de su hermano Carlos V (I en España), en la que los invitados disfrazados de incas peruanos se les denominaba “Gils”
La tradición exige que los “Gilles” sólo coman ostras y sólo beban champagne durante toda la jornada del Mardi Gras desde las 4 de la madrugada, aunque a algún alérgico al marisco se le permite sustituir las ostras por salmón ahumado.
Otras reglas de comportamiento público de los “Gilles” son no fumar, no utilizar el teléfono móvil, no comer en la calle, no dar muestras de ebriedad, no besar a su mujer y no coger a los niños en brazos.
En la región flamenca, el carnaval más famoso es el de Aalst (Alost en francés), en el norte de Bélgica, con un espectacular desfile dominical en el que participan más de 70 cofradías disfrazadas y un Mardi Gras dominado por la nutrida presencia de las “Voil Jeannetten” (literalmente Sucias Juanitas en neerlandés), varones disfrazados de mujeres.
Visitante del carnaval de Binche
Otro carnaval famoso en Bélgica es el de la localidad valona de Stavelot, donde los personajes característicos son los “Blancs-Moussis”, vestidos con unas túnicas y unas capuchas blancas, que evocan los hábitos de los monjes y que llevan una máscara con una larga nariz roja puntiaguda.
Los “Blancs-Moussis” fueron creados por la población en la edad media como reacción a la prohibición decretada a finales del siglo XV por el príncipe-abad para impedir que los monjes siguieran participando en los festejos del carnaval como era costumbre. Al principio la población de Stavelot se disfrazó con una indumentaria del tipo y color que la de los monjes para expresar su rechazo a la arbitraria decisión del príncipe-abad, pero después de nuevas prohibiciones la población optó por una vestimenta blanca menos conflictiva pero que con su capucha seguía recordando a los monjes.

(Publiqué una versión más corta el 2 de marzo de 2009)

La joven de Nevers


Nunca llegué a saber su nombre. De ondulada cabellera e incitadora sonrisa, la hechizadora mirada de sus profundos ojos oscuros podía llegar a hacer olvidar la voluptuosidad de sus generosas y apreciables formas. En una Nevers muy alejada de los recordados personajes de Paul Féval. ella evolucionaba entre las mesas de aquella terraza de la plaza Carnot al atardecer con la misma despreocupación seductora que Aurora en uno de los bailes de la corte borbónica de la novela El Jorobado.
Palacio de los duques de Nevers de los siglos XV y XVI
Me había detenido en esa ciudad junto al río Loira por sus resonancias literarias personales: Nevers, la estocada de Nevers, esa secuencia imparable de ataques y paradas con la espada, que conducían a la inevitable y definitiva estocada mortal entre los ojos, cuyo secreto se había transmitido de generación en generación en el antiguo linaje ducal y cuya discutida veracidad reivindican actualmente los clubs de esgrima de la ciudad como un hecho demostrado. Sí, una novela y una estocada me habían conducido a ese remoto rincón de la Francia profunda, fuera de los principales ejes de comunicación y de aspecto adormecido, pese a la destacada riqueza de su patrimonio cultural.
Estatua femenia en la catedral de Nevers
Para mi generación, que tuvo que aprender demasiadas cosas de los libros, figuras legendarias como el imbatible Enrique de Lagardère forman parte de nuestro imaginario colectivo, de esa educación romántica recibida a través de las novelas, que nos hicieron interiorizar un sentido del honor y del deber, quizá anacrónico en estos tiempos de un utilitarismo exacerbado y de una deshumanizada tecnología punta.
Después de tantos años, aún resuenan en mis oídos frases rimbombantes como aquella de “si tu no vas a Lagardère, Lagardère irá a por ti”, de la época de mis lecturas infantiles y del deslumbramiento ante la película de André Hunebelle, en la que el carismático Jean Marais interpretaba a Enrique de Lagardère y François Chaumette al malévolo príncipe de Gonzague, una película literalmente devorada en el cine de Figueres en compañía de mis abuelos, en esas desaparecidas sesiones dobles de los años sesenta, antes de que la televisión y el video impusieran sus propios ritmos, tan alejados de la magia inolvidable de las salas oscuras de los cines Sala Edison, Juncaria, Teatro Jardín o Las Vegas de la capital del Alto Ampurdán.
Torre de la Puerta de Croux en Nevers (S. XIV) 
Tras haber explorado todos los rincones posibles de la histórica ciudad, mi mirada y mi atención se concentraba ahora en esta Aurora contemporánea, aunque su despreocupado contoneo entre las mesas luciendo unas esbeltas piernas apenas cubiertas por una escasa minifalda me recordaba cada vez más a la provocativa Léonore (Eleanor Parker) de la película Scaramouche que a la ingenua hija del duque de Nevers.
Inclinándose sobre mi mesa para que no perdiera detalle de la rotunda belleza exuberante de sus jóvenes senos, que una blusa negligentemente desabrochada pretendía realzar aún más, me recomendó una cerveza artesanal de nombre prometedor e insinuante: “Cerveza de la Abadía de Gozar”. Pero, antes de que pudiera expresarle mi satisfacción por su acertado consejo e intentar averiguar al menos su nombre, ella había desaparecido misteriosamente del local, dejando tras si el recuerdo de una belleza desbordante e inaccesible, como la mayoría de los sueños.

(Publicado originalmente el 2 de enero de 2011)
   

Una pasión belga


Todo belga que se precie adora las patatas fritas y tiene su freiduría favorita donde adquirirlas y donde aderezarlas hasta con 28 tipos de salsas diferentes. La irresistible pasión por las siempre presentes frites es una de las pocas cosas que comparten sin disputas flamencos y francófonos, tan distanciados en la mayoría de las otras cuestiones en este país tan fracturado.
Maison Antoine en la plaza Jourdan de Bruselas
Los belgas comen las frites en cucuruchos de papel caminando por la calle, en los bares y cafés, sentados en una plaza o cómodamente instalados en sus casas por las mañanas, al mediodía, por las tardes e incluso por las noches. Las frites constituyen una pieza esencial del patrimonio culinario y cultura belga, mucho más cotidiano que los también tradicionales mejillones, y a pesar de su carácter dietético poco saludable. Las freidurías no sólo están presentes en todos los lugares estratégicos de las ciudades belgas, sino que se desparraman también a lo largo de las rutas y autopistas.
El Gobierno valón promociona activamente el consumo de “frites” con una semana dedicada a la patata frita en diciembre, a pesar de las protestas y quejas de los médicos y nutricionistas que consideran esa promoción perniciosa ante la creciente epidemia de obesidad entre la población belga, en especial la francófona, menos inclinada a las actividades deportivas que la flamenca.
Con documentos en la mano, los belgas se atribuyen incluso la invención de las patatas fritas y califican a los franceses de imitadores poco afortunados. Un manuscrito familial de 1781 de Joseph Gérard narra que existía la tradición de elaborar patatas fritas en la zona de Namur, Dinant y Andenne, junto al río Mosa, desde al menos cien años antes.
Las patatas cortadas en forma alargada y fritas comenzaron a utilizarse como sustituto de la tradicional comida de fritura de pequeños peces cuando el río se helaba y cuando la pesca resultaba escasa. Las patatas precisamente se cortaban de forma alargada para imitar a los pequeños peces que sustituían en las mesas de la población más humilde de la zona valona.
Fritland, muy concurrida en el centro de Bruselas
Los belgas sostienen además que el nombre inglés French Fries no se refiere a que sean de origen francés, sino que la palabra french deriva del antiguo verbo usado en EEUU para referirse a cortar en palitos y que con esa interpretación ya figuraban en algún libro de recetas norteamericano de finales del siglo XIX, antes de que las tropas estadounidenses se familiarizaran con las patatas fritas en el frente del oeste durante la primera guerra mundial.
Francia, fiel a su afición a la grandeur, también reivindica la paternidad de las frites y asegura que su existencia está documentada ya en la época de la gloriosa Revolución de 1789, donde se conocían como las patatas del Pont-Neuf, porque allí se servían.
La opinión más arraigada sostiene que la mejor freiduría de Bruselas es la Maison Antoine de la plaza Jourdan, en los límites del barrio europeo. Una reputación lograda después de 61 años de servicio continuado y consolidada a través de las guías de viajes, los blogs y los comentarios en internet de los belgas y de los turistas.
La Maison Antoine fue fundada en 1948 por Antoine Desmet y su esposa, cuando decidieron abandonar su actividad de freiduría ambulante de feria en feria para establecerse en el corazón de Etterbeek. La pequeña barraca original se ha transformado con el paso de los años en un kiosko con un doble mostrador gestionado por la cuarta generación familiar y frente al cual hay casi permanentemente una doble y larga fila de clientes para comprar sus frites.
La recientemente renovada Frit Flagey en la plaza Flagey
Pero no todo el mundo comparte esa opinión y la pequeña freiduría Frit-Flagey es considerada por muchos bruselenses como la mejor de la ciudad. Situada en la plaza Flagey, uno de los focos de la vida social bruselense fuera del casco antiguo, la pequeña barraca cuenta entre sus fieles defensores a la célebre escritora Amélie Nothomb y mantiene también una cola permanente de clientes.
Otras freidurías populares están distribuidas por los distintos puntos de la geografía de la capital belga, como Fritland en el centro, Clémentine en la plaza Saint Job de Uccle o la Friterie Charles en la plaza Dumon de Stockel, por citar sólo unos pocos ejemplos.
Unos días antes de concluir el 2009, cerró otra de las freidurías más clásicas de la capital, Martin, en la plaza de Saint-Josse, tras 78 años sirviendo patatas fritas a todo el barrio. La noticia ocupó una cabecera de página en los diarios belgas, al igual que la prensa belga recogió ampliamente las múltiples movilizaciones ciudadanas que se produjeron sucesivamente para preservar la pequeña freiduría de Flagey durante los avatares de las eternas obras que devoraron la plaza durante años.

(Publiqué una primera versión el 22 de enero de 2010)


Bruselas es un nido de espias


Bruselas es un nido de espías. El final de la Guerra Fría no sólo no ha reducido la actividad de los servicios secretos extranjeros en la capital belga, sino que por el contrario ha multiplicado sus acciones y sus objetivos.
Kristof Clerix con su libro en un café de Bruselas
La actividad de los espías es tan intensa que la Comisión Europea transmitió en febrero del 2008 una nota interna a los directivos de la institución para que tomaran medidas precautorias ante los intentos repetidos y crecientes de "obtener documentación confidencial y sensible" de la actividad legislativa y supervisora del Ejecutivo comunitario.
La nota indicaba que "algunos países, grupos de presión, periodistas y agencias privadas intentan obtener informaciones sensibles y protegidas". La nota precisaba que "personas vinculadas a servicios secretos" actúan bajo la cobertura de "becarios, periodistas, funcionarios de los estados de la Unión Europea (UE) agregados a la Comisión Europea y técnicos informáticos".
Los equipos informáticos de la Comisión Europea e incluso los del propio responsable de la política exterior y de defensa de la UE, Javier Solana, han sido objeto de reiterados intentos de penetración en los últimos meses.
"Bruselas es, junto a Washington y Ginebra, una de las tres ciudades clave para los servicios de espionaje de todo el mundo" explica Kristof Clerix, autor del libro Los Servicios Secretos Extranjeros en Bélgica.
Cumbre europea en Bruselas en diciembre de 2008
"Los métodos siguen siendo los mismos de la Guerra Fría: ganar la confianza y después explotar esa confianza. Lo que ha cambiado es el uso de las nuevas tecnologías y la importancia cada vez mayor de las cuestiones económicas”, precisa Clerix, periodista de la revista belga de política internacional MO. "Los grandes países no dudan en utilizar sus servicios secretos para promocionar y defender sus intereses económicos e industriales en un mundo globalizado", añade Clreix en una conversación mantenida en un viejo café de Bruselas.
"En asuntos políticos y militares, Bruselas es aún más interesante para los espías que en la época de la Guerra Fría", destaca Clerix. La OTAN ya no se limita a la defensa de los aliados, sino que ha emprendido operaciones militares en Bosnia, Kosovo y Afganistán y ha extendido su influencia a las antiguas repúblicas soviéticas de Asia central. La UE, por su parte, tiene competencias en política exterior y defensa y también desarrolla operaciones militares y políticas de envergadura (Bosnia, Kosovo, Macedonia, Congo, Somalia).
Además de estas cuestiones políticas y militares clásicas, hay otros tres factores que refuerzan el interés de Bruselas por parte de los servicios de espionaje extranjeros: la presencia en Bélgica de centros tecnológicos de uso espacial y militar, el papel del país como retaguardia del terrorismo internacional y las nutridas comunidades inmigrantes turcas, marroquíes y de África central, muy activas políticamente y que son vigiladas de cerca por los gobiernos de sus países de origen.
"En los últimos 20 años Bélgica ha desempeñado un papel importante en el terrorismo internacional. Es un país pequeño, del que es fácil huir, con una elevada comunidad inmigrante musulmana", señala Clerix. "El primer manual de Jihad en la UE fue publicado en Bélgica, los asesinos del líder rebelde afgano Ahmad Sha Massoud tenían pasaporte belga y quienes realizaron los atentados de Madrid tuvieron vínculos con Bélgica", recuerda Clerix.
Uno de los edificios del Parlamento Europeo en Bruselas
China es uno de los nuevos actores más activos en el tablero del espionaje en Bélgica, con un interés muy marcado en la obtención de informaciones científicas y tecnológicas, pero vigilando también la cuestión tibetana, los opositores políticos y el movimiento Falun Gong. Asimismo, China es un especialista en utilizar sus estudiantes para obtener informaciones sensibles, pero no el único, asegura Clerix.
Los estudiantes extranjeros, que se cuentan por miles en Bélgica, también sirven para realizar un seguimiento y control de las actividades políticas de la población inmigrante joven por parte de las autoridades de los países de origen.
El control y vigilancia de las poblaciones inmigrantes por parte de los gobiernos de sus respectivos países se realiza asimismo en Bélgica a través de asociaciones culturales y sociales promovidas por esas autoridades nacionales para enmarcar y tener localizadas a esas personas, encauzar sus opiniones políticas y frenar actividades perjudiciales para sus respectivos regímenes.
Al margen del espionaje norteamericano a las transacciones bancarias mundiales a través de la empresa Switf --que continúa pese al escándalo que levantó--, el caso reciente más importante de espionaje se produjo en el Consejo de Ministros de la UE de forma continuada durante ocho años hasta su detección en el 2003.
Un conjunto de cinco cajas instaladas durante la construcción del edificio permitía interceptar las conversaciones telefónicas de las delegaciones nacionales de España, Francia, Alemania, Italia, Gran Bretaña y Austria.
Fuentes diplomáticas responsabilizaron a Israel de ese sistema sofisticado de escuchas, pero nadie se atrevió a formular una acusación pública oficial y los investigadores belgas recibieron instrucciones de no profundizar demasiado en el caso, según fuentes próximas al caso.
Sede de la Comisión Europea con la bandera de la UE
El sector privado también es víctima reiterada de los espías. En los últimos años, por ejemplo, nueve empresas del parque tecnológico de Lieja ha sido victima del robo de discos duros y ordenadores con datos técnicos clave mientras que los ladrones desestimaron la sustracción de material muchísimo más valioso.
Además de los servicios oficiales de espionaje, también operan en Bélgica compañías privadas dedicadas a la obtención de información sensible, a la infiltración en organizaciones no gubernamentales y a la elaboración de dossiers por encargo.
Entre otras, han operado en el país Wacken Hut, Hakluyt, Control Risk Group, Risk Crisis Analyses y más recientemente el European Strategic Intelligence and Security Center (ESISC), creado por el periodista Claude Moniquet, de quien se asegura que colabora para los servicios de información franceses e israelíes.
La actividad de los servicios secretos de los países aliados y de Israel es tolerada por parte de las autoridades belgas. Por el contrario, el Gobierno se muestra mucho más puntilloso con los agentes de otros países, como lo demostró la reciente expulsión de varios agentes marroquíes por haber ido demasiado lejos en la presión sobre residentes de origen marroquí y por no haber informado previamente a sus colegas belgas.
Con 56.000 diplomáticos, 15.000 lobbystas, 1.200 periodistas y miles de interpretes lingüísticos y estudiantes extranjeros, Bruselas es la plaza ideal para ejercer la que es conocida como segunda profesión más vieja del mundo y es el lugar donde es más fácil estar en contacto con un espía sin saberlo.

(Una primera versión más corta se publicó el 26 de mayo de 2008)