Nunca llegué a saber su nombre. De ondulada cabellera e incitadora sonrisa, la hechizadora mirada de sus profundos ojos oscuros podía llegar a hacer olvidar la voluptuosidad de sus generosas y apreciables formas. En una Nevers muy alejada de los recordados personajes de Paul Féval. ella evolucionaba entre las mesas de aquella terraza de la plaza Carnot al atardecer con la misma despreocupación seductora que Aurora en uno de los bailes de la corte borbónica de la novela El Jorobado.
Palacio de los duques de Nevers de los siglos XV y XVI |
Estatua femenia en la catedral de Nevers |
Después de tantos años, aún resuenan en mis oídos frases rimbombantes como aquella de “si tu no vas a Lagardère, Lagardère irá a por ti”, de la época de mis lecturas infantiles y del deslumbramiento ante la película de André Hunebelle, en la que el carismático Jean Marais interpretaba a Enrique de Lagardère y François Chaumette al malévolo príncipe de Gonzague, una película literalmente devorada en el cine de Figueres en compañía de mis abuelos, en esas desaparecidas sesiones dobles de los años sesenta, antes de que la televisión y el video impusieran sus propios ritmos, tan alejados de la magia inolvidable de las salas oscuras de los cines Sala Edison, Juncaria, Teatro Jardín o Las Vegas de la capital del Alto Ampurdán.
Torre de la Puerta de Croux en Nevers (S. XIV) |
Inclinándose sobre mi mesa para que no perdiera detalle de la rotunda belleza exuberante de sus jóvenes senos, que una blusa negligentemente desabrochada pretendía realzar aún más, me recomendó una cerveza artesanal de nombre prometedor e insinuante: “Cerveza de la Abadía de Gozar”. Pero, antes de que pudiera expresarle mi satisfacción por su acertado consejo e intentar averiguar al menos su nombre, ella había desaparecido misteriosamente del local, dejando tras si el recuerdo de una belleza desbordante e inaccesible, como la mayoría de los sueños.
(Publicado originalmente el 2 de enero de 2011)
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