Los escáneres que desnudan atacan de nuevo


(Publicado originalmente el 7 de enero de 2010)

A causa de un fallo generalizado de los servicios de inteligencia norteamericanos, que posibilitó que un joven extremista nigeriano que figuraba en la lista de presuntos terroristas subiera a bordo de un avión con destino Detroit sin un control específico, los polémicos escáneres corporales que desnudan al viajero han vuelto a resurgir con arrollador ímpetu en Europa.

Ejemplo de imagen de escáner que desnuda
El fallido atentado, en lugar de promover la revisión inteligente de una estrategia de seguridad que se ha demostrado poco eficaz, parece que sólo ha reafirmado la posición de las autoridades norteamericanas de que todo pasajero es sospechoso y que, por tanto, deben reforzarse aún más los controles. Sin embargo, como señaló acertadamente el presidente de Lufthansa, Wolfgang Mayrhuber, aún es hora de que se atrape a un solo terrorista en los controles de seguridad de los aeropuertos.

La instalación generalizada de los escáneres que desnudan, que intentó promover la Comisión Europea en el 2008, fue paralizada gracias al sentido común del Parlamento Europeo y de un grupo de gobiernos europeos, encabezado por Alemania. EEUU está presionando desde principios del 2010 a los gobiernos europeos para que instalen esos aparatos y para que realicen un control individual y personalizado de cada pasajero. Gran Bretaña, Holanda e Italia han anunciado que los instalarán.

El Ejecutivo comunitario también ha anunciado que volverá a proponer la instalación generalizada de esos controvertidos escáneres en los aeropuertos europeos una vez se compruebe que no tienen efectos perjudiciales para la salud, que son eficaces y que se protege la intimidad de las personas. Es sorprendente que la Comisión Europea sólo descubriera que debía preocuparse de los posibles efectos nocivos para la salud humana del reiterado sometimiento de los pasajeros a radicaciones cuando la Eurocámara planteó ese problema.

Una vez más, ante un nuevo riesgo de seguridad, las autoridades de EEUU y Europa se inclinan por multiplicar los controles para demostrar que hacen algo, aunque esa complicación adicional de la vida de los viajeros tenga tan poca eficacia, como la restricción imperante sobre los líquidos en el equipaje de mano.

Pasajera sometida a control del escáner
El único caso de un avión de pasajeros destruido por un atentado en el que se utilizaron explosivos líquidos se produjo el 29 de noviembre de 1987, en un Boeing 707 de Korean Airlines, en el que fallecieron 115 personas. Después de ese atentado la gente siguió volando sin especiales controles, ni restricciones, hasta que la psicosis creada por los atentados del 11 de septiembre en Nueva York introdujo una política control extremo, como si cada pasajero planeara destruir el avión en que vuela.

La restricción en el transporte de líquidos en el equipaje de mano sólo  se introdujo casi 20 años después de ese único atentado exitoso. La restricción fue impuesta por Gran Bretaña al resto del mundo en el 2006, cuando la policía descubrió en agosto del 2006 un complot que pretendía combinar a bordo de los aviones unos explosivos líquidos. Los autores fueron detenidos antes de que se plantearan siquiera obtener el material para sus bombas caseras y además existen dudas de que hubieran sido capaces de fabricarlas.

Es decir, nunca hubo el más mínimo riesgo real de que se produjera un atentado contra los vuelos con destino a EEUU y Canadá que partían del aeropuerto londinense de Heathrow, a pesar de que el entonces ministro del Interior británico, John Reid, intentó persuadir al mundo de lo contrario con la más paranoica y caótica operación antiterrorista aeroportuaria desatada nunca.

Pese a ello, los viajeros son obligados a deshacerse de cualquier líquido o gel que no hayan facturado y que esté en un recipiente superior a 100 mililitros, por no hablar de la obsesión por hacer descalzar a los viajeros y quitarse el cinturón. Sólo en el aeropuerto de Francfort se calcula que los pasajeros son forzados a abandonar 1,5 toneladas de líquidos cada día (bebidas, licores, perfumes, pasta dentífrica, cosméticos…).

Los líquidos autorizados, contenidos en una bolsa de plástico transparente de un litro como máximo, deben ser sacados del equipaje de mano pasados a través de la maquina de rayos x. Ese control únicamente sirve para vigilar que los recipientes tienen el tamaño autorizado, ya que el aparato es incapaz de distinguir un líquido normal de un explosivo. Es más, hasta ahora no se ha descubierto ningún explosivo líquido en los controles de los aeropuertos.

Los expertos en seguridad coinciden en que las únicas medidas realmente efectivas que se han adoptado tras el 11 de septiembre del 2001 son la securización de la cabina de pilotaje del avión y la predisposición de los pasajeros a reducir de inmediato a cualquier viajero que adopte un comportamiento sospechoso. Todo lo demás es puro show para dar la impresión de que todo está bajo control, cuando en realidad no es así.

En los controles de seguridad, a los pasajeros se les retiran desde un pequeño destornillador a herramientas de manicura. Pero después ese mismo pasajero puede obtener en los restaurantes de la zona segura todos los cuchillos que desee, por citar sólo un ejemplo.

En lugar de tratar a todos los pasajeros como criminales en potencia hasta que no demuestren lo contrario tras someterse pacientemente a desmedidos controles y registros, las autoridades deberían focalizar el control y la vigilancia en las personas peligrosas, de los extremistas, de la gente vinculada con grupos extremistas.

Otra viajera en un escáner que desnuda en EEUU
EEUU tiene una obsesión por recabar de antemano todos los datos privados de los pasajeros aéreos con destino a su territorio. No sólo las compañías aéreas deben facilitar con antelación a las autoridades norteamericanas hasta el más mínimo dato personal de los viajeros, sino que estos deben obtener un visado o una autorización electrónica previa para desplazarse a EEUU. Ninguno de esos requisitos permitió detectar con anticipación al extremista nigeriano Umar Farouk Abdulmutallab que pretendió atentar contra el avión que lo transportaba a Detroit, pese a figurar en la lista de presuntos terroristas.

La obsesión por recabar demasiados datos impide al final detectar la información clave, porque está sumergida bajo una gigantesca montaña de datos imposible de procesar. Por lo que debería reorientarse también la labor de los servicios de inteligencia y seguridad hacia una actuación más focalizada y efectiva.

Los extremistas islámicos se han apuntado la gran victoria de hacer caer a EEUU y a Europa en una psicosis de pánico y miedo irracional, que alcanza su máxima expresión en los controles desmedidos de los aeropuertos, más propios de un régimen policial dictatorial que de una democracia.

Los hechos han demostrado que existe un real riesgo de atentados en otros medios de transporte como los trenes o el metro, como ocurrió en Madrid y Londres, pero no por ello nadie se ha planteado introducir ese tipo de controles aéreos en otros medios de transporte, porque sería inviable.

A pesar de que el riesgo de atentado es probablemente el mismo en todos los transportes colectivos (por lo hablar de los lugares públicos, como estadios deportivos, mercados, festivales…), los gobiernos europeos parecen predispuestos para dar otra vuelta a la tuerca inútil en las medidas de seguridad de los aeropuertos y aceptar los controvertidos escáneres que desnudan para desgracia de los ciudadanos.     

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